Ese día, recuerdo, que me levanté radiante, me duché, me depilé (por todas partes), me puse crema, no una crema cualquiera, sino una crema con aroma a coco y... se despertó mi sexto sentido.
_Hoy será el día.- pensé-
Sobre mi culotte y sujetador de un blanco inmaculado coloqué un mini vestido cómodo y sexy a la vez, me preparé un café con leche y me senté a esperar, de un momento a otro iba a sonar el maldito teléfono y seria él... siempre él.
Allí estaba, lo sabía, abajo en la puerta.
Cuando le abrí la puerta y le miré a los ojos, me confirmé a mi misma que si, que hoy era el día.
Un poco de charla, buena música, dos copas de vino y un poco de marihuana, la combinación perfecta para que nos olvidásemos durante un rato de quienes éramos y dejarnos llevar por las sensaciones y emociones.
Un roce provocado astutamente, alguna que otra frase picante, miradas traviesas y cómo no, finalmente un beso, ese beso tan deseado y tanto tiempo encerrado.
Nuestros corazones latían a un ritmo frenético, una mezcla de nervios y excitación. Nuestras manos eran sensuales, acariciando cada rincón de nuestros cuerpos, descubriendo caminos hasta ahora desconocidos.
Nos arrodillamos el uno frente al otro, en la alfombra, mirándote a los ojos, desabroché cada botón de tu camisa, recuerdo tu mirada, sincera, deseosa y sonreíste. Apoyé mis dos manos sobre tu pecho desnudo, me acerqué y te besé. Me quitaste el vestido, despacio, sin dejar de besarme y por primera vez sentí el calor de tus manos en mi espalda y estremecí de placer. Me desabrochaste el sujetador con extrema dulzura y acabemos desnudos, el uno frente al otro, sin complejos, descubriéndonos... Nos abrazamos y nuestros sexos se rozaron, se presentaron, estaban conociéndose. Recosté mi cara sobre tu pecho y sentí el latir de tu corazón, excitado, sentí que latía así por mi y te abracé más fuerte.
Te miré, te cogí de la mano y te llevé al dormitorio, allí me tumbaste sutilmente sobre la cama. Percibí el fuego de tu cuerpo caliente sobre el mio y tu sexo buscando el mio.
Aún no.
Te empujé delicadamente, hasta que quedaste tumbado en la cama, me recliné y te besé, besos tiernos y sensuales, te besé el cuello, el pecho, el vientre, el dorso de mi mano acariciaba tus muslos por la parte interior y mientras yo seguía descendiendo, quería hacerte sentir bien, quería darte placer y seguí besando hasta notar en mis labios tu erecto y excitado miembro, abrí un poco la boca y empecé a mimarla y a seducirla con mis labios y lengua. Te oí gemir, noté como agarrabas fuerte mi hombro, sentí que te estaba dando placer, me excité tanto que casi tuve un orgasmo con solo oírte gozar... Lo notaste, sentiste mi calentura, hiciste que dejara de amarla y de nuevo te pusiste encima de mi, ligeramente abrí las piernas dejando paso a la tan deseada penetración y muy caballerosamente, despacio, sin prisas... me poseíste, me hiciste tuya. Tanto deseo sexual reprimido durante tanto tiempo hizo que gimiera de fervor, sudábamos ante nuestros movimientos de pelvis bailando a ritmo de la banda sonora de la película de Drácula, movimientos constantes, paulatinos, sin prisas pero... sin pausas... Cada vez nos sentíamos más y más enardecidos, exaltados ante tal situación; sexo prohibido.
Me pediste que parara un momento, apoyaste tus manos, te enderezaste y en tono entrecortado y mirándome a los ojos, me dijiste que me deseabas tanto que no podías aguantar más, te pedí que no hablaras, pero que no dejaras de mirarme, agarré tus caderas y te acompañé en los movimientos que conducían al último tramo del camino de la pasión, yo tampoco aguantaba más, así que busqué el ritmo adecuado para que el momento fuera propicio para los dos, no tardé en encontrarlo. De repente nuestros ojos brillaron de extremo placer, alumbrados por la luz que desprendían las velas, y nuestro rictus de pasión y lujuria dio paso a un fusionado orgasmo cargado de sexo contenido y deseado... Caíste sobre mi pecho, jadeante, extenuado. Nos faltaba el aliento, pero aún nos quedaba el suficiente cómo para mirarnos, sonreírnos, y... pedirnos más.